PAN DULCE CORDOBÉS. CANCÚN, MÉXICO
En la panadería de mi abuelo, se vivían momentos intensos cuando se acercaban las vísperas de fiestas de fin de año. No era para menos, ya que se trataba del momento de elaborar en familia un producto muy especial, el Pan Dulce La Gaditana...
Era una tradición familiar, pero también una obligación, y no siempre nos alegró la llegada de ese momento… a los del hemisferio norte se les hace difícil pensar en Navidad con calor, pero así es, empezaba a sentirse el verano, y estar en la cuadra era algo pesado y todos esperábamos con ansia que todo terminara… Pero siempre fue un orgullo escuchar de todo aquel que alguna vez lo probó, que era el Pan Dulce más rico … era muy Especial, lleno de frutas en el centro, hecho de la manera más artesanal por la familia Mejías.
Mi abuelo ya no está, la panadería tampoco, y la nostalgia que anda por acá muy a menudo me invitó a intentar hacer el pan de mi abuelo.
Me quedo muy bien, pero tengo que hacerlo cada año para ir mejorando…
Encontré este relato que está un poco cursi, pero viene al caso y lo quiero compartir y dedicar a todos los que amasamos pan dulce en la cuadra de Barrio Colón. La ternura no es lo que nos caracteriza a los Mejías, pero como es época Navideña me sabrán disculpar…. jajajajajajaja
Según relatan viejas leyendas, la creación del Pan Dulce o Panettone como lo llaman los italianos, por su forma y tamaño, tuvo lugar en la ciudad de Milán y muchas razones tuvieron que ver con el corazón.
Corría el siglo XVII y la ciudad de Milán, siempre bella y aristocrática, comenzaba a prepararse para la Natividad del Señor en ese frío diciembre. A pesar de la intensa nevada, los parroquianos hacían ya las primeras compras y los negocios del ramo ofrecían las confituras tradicionales. Pero en la panadería del viejo Pépe, al contrario de años anteriores, ese ambiente de fiesta allí no se vivía. Las ventas habían declinado, los clientes frecuentaban ahora otras confiterías y la familia estaba realmente preocupada. Hasta para Uguetto, el más pobre de los empleados, y que sólo tenía ojos para Adalgisa, la hija del patrón, eso no pasó inadvertido. Observo la preocupación en los ojos de su secreta amada y saliendo del ensoñamiento que le producía el sólo mirarla, pensó y repensó en la manera de ayudarla.
Uguetto era de muy humilde condición. Huérfano de padre y madre, había entrado a la panadería cuando sólo tenía diez años. Era tres años mayor que Adalgisa, así que la había visto crecer y transformarse en una joven bellísima a la que asediaban buenos pretendientes. De la boca de Uguetto jamás había escapado una palabra de amor. Sólo de sus ojos, que tenían por brújula la silueta de la joven.
Así las cosas, mientras limpiaba los moldes, acarreaba harina y apilaba la leña, pensó una vez más que él tendría que ayudar a su patrón y que si de atraer clientes se trataba, él encontraría la solución. Esa noche, cuando quedó solo en la cuadra, entró en acción. Buscó harina, a la que agitó suavemente, preparó levadura y mientras canturreaba canciones inventadas, endulzó la preparación. Pensando en la tentadora boca de su amada incorporó frutas a la preparación. Recordó sus cabellos y agregó nueces y almendras, soñó con su boda con Adalgisa y roció agua de azahar.
Y soñando y canturreando amasó y amasó. El frío y la oscuridad quedaron afuera. Adentro, el horno y el corazón de Uguetto chisporroteaban calidamente.
Rendido por el sueño, pero más para soñar que para dormir, dejó bollitos de masa reposando. Y mientras su cabeza adormilada se llenaba de ensueños, los bollitos crecían y crecían. Dentro de ellos jugaban las burbujas. Cuando Uguetto despertó, una fragancia nueva invadía la cuadra. Sin dilación horneó los pancitos livianos, dulces y frutados. El perfume de azahares, de brindis, de amor, inundó el barrio. Tan apetitoso era, que la gente comenzó a llegar. Todos pedían ese “Pan” día tras día. Uguetto ascendido a socio y continuo preparando ese pan de Navidad. En poco tiempo más se casó con Adalgisa, vivieron muy felices y todos los años, cuando llega la Navidad, ponemos sobre nuestra mesa una esperanza renacida, un retorno del gran milagro del amor y un “Pan Dulce”.
Lo que quiero rescatar de esta leyenda es que hay una energía milagrosa que todo lo mueve y que siempre está presente: El Amor. Siempre lo hallaremos, lo que sucede es que en ocasiones permanecemos ciegos e insensibles y suponemos que éste nos abandona.
Quien sonríe y contagia a los que están a su alrededor, no necesita remedios que eleven sus defensas ni vacunas. Su vacuna para vivir mejor es simplemente su propia sonrisa….